¿Qué es ser un espectador emancipado? O mejor dicho, ¿de qué debe emanciparse un espectador?
El filósofo Jacques Rancière nos invita a pensarlo a través de una figura clave: el maestro ignorante. Este no es ignorante porque no sepa nada, sino porque reconoce el valor de la ignorancia como punto de partida. En su libro El maestro ignorante, Rancière lo contrapone al maestro embrutecedor, aquel que transmite el saber como algo que “posee” y simplemente entrega al alumno. Ese maestro embrutecedor enseña conocimientos ya masticados, aparentes o hasta superficiales, como cuando en la escuela memorizábamos contenidos sin comprenderlos. El maestro ignorante, en cambio, piensa la distancia entre la ignorancia y el saber como un camino a recorrer, logrando que el alumno razone por sí mismo y, al cambiar de posición (desde el no saber, al saber) consiga así cierta emancipación intelectual.
En El espectador emancipado, Rancière traslada esta lógica al mundo de las artes escénicas. La obra de teatro, de danza o performática no es solo un objeto que transmite mensajes, sino una experiencia que puede abrir un saber en el espectador. La clave está en pensar al espectador como parte activa de ese todo escénico, no como alguien pasivo que observa desde la butaca.
Esta preocupación no es nueva. Desde hace más de un siglo el teatro convive con la expansión de lo audiovisual (el cine, la televisión, las pantallas digitales, el CGI) y ha debido buscar estrategias para no quedar relegado frente a esos lenguajes. Una de ellas consiste precisamente en replantear el rol del espectador, hacer que participe activamente, que complete signos dispersos, que construya su propia lectura de lo que ve.
Entonces, más que preguntarnos qué puede decirnos el teatro, hoy preferimos perseguir esta interrogante: ¿cómo puede el teatro decirnos algo?
Si querés profundizar, mirá el video donde te contamos las principales ideas de El espectador emancipado: